Despierto.
Menuda noche de la ayer: fue la más rara que pude haber tenido. Miro todo y
cierro los ojos rápidamente. ¡¿Por qué
siempre olvidas poner la cortina en las noches, (Tú)?! Niego con la cabeza.
Me levanto con suma pesadez, cierro la cortina y al girarme veo que Bill no
está. Alzo mis cejas y suspiro.
(Tú)— Bill —dije, alzando la voz—. ¿Dónde
andas, sonso? —dije en español. Río.
No hubo respuesta. Que raro. Me estiro y
salgo de la habitación. ¿Y si se fue? Camino
hacia la “sala” y huele a comida. Giro la vista y es Bill: luce tan… ¿extraño?
Bill Kaulitz preparando el desayuno. No
me la pude creer.
Miro
la hora en el reloj rojo: son las 9:43 am. ¡No puede ser! En menos de dos horas
debo estar con el maestro de aikido. Abro mis ojos como platos y corro hacia el
baño. ¡Debiste haber despertado a las 8,
sonsa! Escojo un conjunto deportivo: pants grises y una blusa de tirantes
negra. Me bañé lo más rápido posible, me cambié e hice demás cosas. Eran las
10:11 am cuando terminé. Me peiné de cola de caballo. Salgo de la habitación
con celular, audífonos y algo de dinero en mi mochila tipo bolso.
Al verme Bill este sonrió. Yo imité su
gesto. Ese es el Bill que me gusta.
Busco una taza y me sirvo café, saco un paquete de tostadas. Me siento y
comienzo a comer con agilidad.
Bill— Ey, tranquila: la comida no se te irá
—dijo burlón—; además, hice huevos revueltos y… otras cosas —dijo.
(Tú)— Es tarde, debo irme —dije algo
apurada.
Bill— ¿A dónde irás? —me preguntó, con un
cambio notable en su voz. ¿Qué? ¿Ahora quería que no lo dejara?
(Tú)— Hoy tengo entrenamiento de aikido
—dije, dando un sorbo a mi café—. ¡Carajo! Mis navajas, mierda: ahora tengo que
ir a buscarlas —susurré para mí misma.
Bill— ¿Aikido? ¿Esa cosa que utilizaste
ayer para torturarme? —dijo ofendido.
Lo miro. Sonrío.
(Tú)— El aikido es una defensa que utiliza
tácticas simples para evitar la violencia: es como una paradoja. Además, ¿nunca
antes te habían torcido un brazo? —fruncí el ceño.
Bill— No —entrecerró sus ojos.
Niego con la cabeza.
(Tú)— Pásame lo que hayas hecho de comer, Kaulitz: ya debo irme —dije.
Bill— ¿A qué hora regresarás? —me miró con
una mirada que decía muchas cosas. Valga la redundancia.
(Tú)— Bill —lo miré seria—: ¿seguirás aquí?
Bueno, no es que ya te esté corriendo, pero… tienes tu casa, tienes cosas que
hacer, no sé...
Por un momento me acordé de un capítulo de
Bob Esponja, dónde éste le decía a Patricio: — ¿Qué harás mientras no estoy?—, y el otro le responde: —Esperaré a que regreses—. Algo así. Río
por dentro. Bill era como un niño pequeño: ya no quería apartarse de mí. Que...
extraño.
“Tal
vez necesita mucho de ti: se tiene en confianza contigo”, me dijo mi
subconsciente. Él necesita distracción, pero yo no debo ser esa distracción.
Algo que no sea lo mismo de siempre; ni amigos leales debe tener. Tal vez si le pidiera ayuda al sonso de
Santiago y su sobrina… Niego con la cabeza. “Apúrate a desayunar: ¡es
tarde, (Tú)!”, me gritó mi subconsciente.
Bill— Bueno, es que ahora te considero mi
amiga y… me la paso bien contigo —susurró sonrojado.
Eso no me lo esperaba.
(Tú)— ¿Tú… te la pasas bien… conmigo? —lo
miré incrédula— Pero si no hemos hecho nada interesante —sonreí.
Bill— Me has hecho pensar en varias cosas…
que no esperaba y... bueno, ¡no sé! Me caes bien.
Luego entendí. Estaba tratando de distraerme,
tardé en reaccionar. Si serás Kaulitz.
Sonrío mientras él está hablando y hablando sin parar. ¿Hablaría así antes?
¡Parece una ninfa! ¿Las conoces? Son aves que hablan —por decirlo así— y hablan
sin parar. Me como todo lo que encuentro en la mesa, me levanto de la silla con
los tratos que usé y los dejo en el fregadero.
La
mirada de Bill había cambiado, como queriéndome decir: — ¿en serio te vas?—.
Sí, tenía que irme. El maestro me mataría por llegar tarde.
(Tú)— ¿Intentabas distraerme? Buen intento:
no lo lograrás —dije con aire de ironía.
Bill— Yo no intenté nada —dijo, entrecerrando
sus ojos.
Lo miro. Rápidamente se incomodó demasiado.
Estaba mintiendo.
(Tú)— Dicen que tengo una mirada pesada:
suelo utilizarla para saber cuando alguien me miente ¿sabes? —murmuré.
Bill— Ay —chilló—. ¿Volverás pronto?
—preguntó.
(Tú)— No lo sé. Ah, y debemos hablar de
algo muy importante. —me voy rápidamente a mi cuarto, saco de mi clóset tres
navajas de diferente tamaño. Regreso y tomo mis cosas. Bill estaba sentado en
una silla del comedor— Cuando llame es porque ya vengo para acá ¿ok?
Bill— De acuerdo. ¿Y qué haré en tu
ausencia? —me preguntó.
(Tú)— No sé, pero ni se te ocurra traer a
una prostituta, sino te va como ayer —dije seria—. ¡Adiós! —exclamé sonriente,
salgo de mi casa. Quito la cadena a mi bicicleta, me monto en ella y salgo
disparada.
Bien,
(Tú): tienes una hora con 20 minutos. Todo bien, todo bien. Pedaleo con
toda mis fuerzas. El maestro que tenía era muy especial con respecto a la
puntualidad. Te califica tanto hasta si llegaste tarde 1 minuto. ¿Su nombre?
Useshiba Ryu: buen maestro. No es tan adulto: apenas y tiene 31 años. Japonés
—valga la redundancia—, buen porte, educado etcétera. Me cae bien.
Aunque es un poco pesado el aikido te
sientes menos estresado y así: a mí me gusta mucho. Requiere mucha
concentración. Mucho dolor con poco
esfuerzo. ¿Tú conoces el aikido? ¿No? Pues búscalo en Google. Lo recordarás rápido por varias películas que han pasado en
la televisión.
Veo
acercarme cada vez más a la escuela. Sonrío aliviada. Cuando llego acomodo mi
bicicleta, entro rápidamente. 10:46 am. Genial. El maestro llegaría
posiblemente 1 minuto antes.
Que
comience otra clase donde esté el dolor, (Tú).
*
* *
Llego totalmente sudorosa a casa. Me tumbo
al sofá y pego un grito de cansancio. Y
después tendré que ir al banco a dejar algo de dinero, ¡nooo! Bufo.
Comienzo a patalear y respiro profundamente. Ahorita no puedo pensar en otra cosa más que en ¡CAN-SAN-CIO! Me
quejo.
Alzo la mirada y veo a Bill que se pone
frente a mí, se pone en cuclillas y me mira burlón. Seguía con la ropa que le
había prestado. Sonrío cansada y cierro mis ojos.
Estoy
cansada tanto física como emocional y espiritualmente. El aikido no es juego:
es una cosa seria. Sí, amo aikido, pero es mucho trabajo. Y gracias a eso le diste su merecido a Bill ¡ja! Río en mis
adentros. En esas tres horas y media de clase estuve en combate, después en teoría
y finalmente en un llamado “examen”. Salí bien, a excepción en teoría: me
distraje un poco. El maestro estuvo a punto de ponerme un castigo. ¡De la que
me salvé!
Me levanto lentamente hasta incorporarme.
Bill sigue con esa mirada burlona. ¡Deja
de mirarme así, Kaulitz! Aún recuerdo cuando pensé en eso. Se levanta y se
sienta a mi lado.
Bill— ¿Y bien? ¿Cómo estás? —preguntó.
(Tú)— Estoy muriéndome —murmuré—, pero en
lo que cabe bien —suelto una risita—. ¿Y tú? —lo miré.
Bill— Estuve pensando todo este rato que
estuviste ausente de lo que hablaríamos, según tú —dijo.
Tiene
razón. Maldita sea. Frunzo el ceño. Bueno, yo también estuve pensando un
poco de lo que hablaríamos, pero terminé olvidando mi guión. Lo prometido es
deuda.
Sigue mirándome, como esperando a que diga
algo. Abro mi boca.
(Tú)— Bueno, digamos que son varios puntos
que quiero dejar muy en claro, Bill. Uno: entiendo que te sientas solo y eso,
pero… por favor, no vuelvas a venir de esa manera aquí a mi casa. Fue un poco
traumante que llegaras así: pensé que te habían drogado, o algo así —me
estremezco—. Uy.
Bill— Pero si yo y...
Lo interrumpo.
(Tú)— Cállate, y déjame hablar. Dos: no te
sientas forzado a decirme lo que te pasa. Todo a su tiempo, Kaulitz: no todo tienes que decírmelo a
la carrera —niego con la cabeza—. Cuando en verdad quieras contarme algo dímelo
con confianza: en partes o todo si quieres, pero ya no lo digas así como ayer.
Me pusiste sentimental a mí —bufé—. Tres: DEBES HACER TUS PROPIAS COSAS, BILL.
No todo el tiempo voy a decirte “—ok, puedes quedarte aquí en mi casa—“: tienes
trabajo, tienes tiempo de ocio. Claro, también echa de menos un tiempecito a tu
esposa, pero no te claves en venir acá o en ir por prostitutas, tomar o algo
así.
(Tú)— Cuatro: DEJA TUS MALDITOS VICIOS. No
sabes cómo detesto a las personas que fuman, toman o andan en la vida loca.
Entiendo lo que estás pasando, pero no te pases. Si vienes acá de vez en
cuando, quiero que estés bañado, en santo juicio y sin olor a cigarro. Uy, que
asco —susurré—. Y cinco: deja esa actitud de niño que no afronta su realidad.
Si te duele lo que te digo, lo siento: hablo con la verdad. ACEPTA QUE TU
ESPOSA YA NO ESTÁ. Ok, llora lo que quieras, pero no tanto tiempo. Vive tu
vida: eres guapo, tiene trabajo, tienes tiempo de ocio, me tiene a mí para
pasar buenos ratos. SI VUELVES A CLAVARTE CON ESO TE DEJARÉ COMO SANTO CRISTO,
¿vale? —lo miro seriamente.
Abre sus ojos como platos y asiente
lentamente. Mmm, creo que aún me faltaba más por decirle pero ya no recordaba
lo demás. Suspiro. Estoy tranquila. Lo miro y sonrío.
Bill— De acuerdo —dijo sorprendido.
(Tú)— Ay, pero no te espantes: tan poco es
para tanto —río. Me levanto del sofá y camino hacia la cocina—. ¡Aún no me
conoces bien! Te falta mucho —exclamé desde la cocina.
Bill— Con lo poco que he convivido contigo
me has dejado traumado —exclamó.
(Tú)— Hazme enojar y verás —sonreí.
Reímos y niego con la cabeza.
(Tú)— Necesitaré de Santiago —pensé.
AAAAAHHHHHHH ME ENCANTO ESTO ESPERO QUE SUBAS PRONTO UN BESO
ResponderEliminarMe gusto mucho, :) sigue subiendo te quieroo
ResponderEliminaratt
naomixiitap :)
sube pronto me encanto sube
ResponderEliminarlo lamento por no comentar el otro capi tuve problemas en fin
bye besos
Definitivamente eres espectacular escribiendo, me gusta mucho.
ResponderEliminarYa quiero leer más, me estoy volviendo adicta a tu historia :)
Cuídate mucho bye.
me encantaaaa
ResponderEliminaresribes muy bien
espero el prox
bye cte:)